En un país cualquiera, una anciana de ochenta y tres años y un anciano de ochenta y cinco. Vivían en una casita en el campo a unos 100 minutos a pie, por una vereda estrecha, angosta, pedregosa e empinada y pendiente. Del pueblo más próximo.
Rodeados de abruptas montañas, un río que desciende por ellas, variada vegetación, árboles diversos, así como ganado diverso de cabras, ovejas y marranos, estos últimos alimentados con las bellotas caídas de los árboles. Aparte tenían un corral, con gallinas ponedoras, dos gallos, polluelos, patos, pavos comunes y una pareja de pavos reales.
El anciano y la anciana, mantenían los ganados y animales, gracias a sus nietos/as que les ayudaban por módicas cantidades de dinero, que les servía para sus gastos, entre tanto encontraban trabajo.
Una noche solos los ancianos con los animales, escucharon el balar de las ovejas y cabras, y el gruñir de los marranos, así como el ladrido de los perros pastores. Se asustaron, el anciano sin poder casi, cogió su escopeta, la cargo y ayudado por la anciana, que le alumbraba con una linterna, salieron fuera de la casa. Oyeron el aullar de unos lobos que huyeron al escuchar los estruendosos pun de la escopeta. El anciano había disparado al aire repetidas veces.
Tuvieron suerte, gracias a los perros y a ellos mismos, los lobos huyeron.
Se dieron cuenta que estaban ya mayores para proteger a los animales. Y decidieron proponer a un nieto que quería ser pastor, que viviera con ellos y se hiciera cargo del ganado. Este aceptó y así los ancianos estaban acompañados y no tendrían que deshacerse de los animales, y no tendrían que irse al pueblo. Pues sus hijos/as y nietos/as. Subían a verlos casi a diario y les ayudaban en lo que podían.
Vivieron juntos hasta el fin de sus días, acompañados por sus animales y familiares.